28/2/14

"Casi se ve, casi se toca. Esclava, novia, golfa, diosa", por Carlos Aguilar

Un jugoso fragmento de

Casi se ve, casi se toca. Esclava, novia, golfa, diosa, por Carlos Aguilar 
(Capítulo XIII: Cine & Erotismo, en "Hecho en Europa. Cine de géneros europeo, 1960-1979", editado por el Ayuntamiento de Gijón en el año 2009)




Por activa o por pasiva, presente o elíptica, la Mujer en cualquier caso detenta un cometido invariablemente crucial en las películas de género más o menos B, por lo común coproducciones, de aquellos años. No existen pues diferencias terminantes, antitéticas, entre unos personajes, en apariencia, disímiles. Sin ánimo de exhaustividad, las espías, por ejemplo Helga Line o Evelyn Stewart, que rebotan de país en país, enredando a unos y seduciendo a otros, de los pulp epígonos hispano-italianos del británico James Bond; Chelo Alonso, ejecutando sus hipnóticas danzas erótico-exóticas en improbables pasados remotos, con atavíos policromados anta unos héroes o tiranos que se derriten de gusto voyeurístico; la Angélique creada por el matrimonio Anne y Serge Golon y encarnada por Michèle Mercier, que sin mayor inconveniente compagina aristocráticos lechos de la Francia de Luis XIV con animadas incursiones en unos parajes lejanos donde su cabellera rojiza arrasa; asimismo pelirroja, Brigitte Skay como Isabella, duquesa del diablo en un siglo XVII de fumetto, metafórica y literalmente; la honestísima Marianne Koch provocando bien a su pesar ríos de sangre cuando es apartada por Clint Eastwood de su desquiciado captor Gian Maria Volonté; Virna Lisi brindando algunos de los primeros planos más bellos del cine italiano como "mujer del lago"; Pamela Green, incosciente, e inconsecuente, de representar la materialización ideal del concepto Pin Up, ante un Karl Heinz Böhm que es una cámara; la lúbrica hacendada Nieves Navarro coleccionando amantes en un rancho cuya cochiquera autoriza a pensar en Circe; Marisa Mell meneando con un vestuario imposible, feliz de sobrevolar por encima de todo y de todos junto a su amado hipercriminal; Erika Remberg haciendo carantoñas a una serpiente al cuello, alegoría polisémica, y positivamente indecente, como pocas; bellissima Giovanna Ralli, revolucionaria de metralletas tomar entre cínicos e idealistas; Patrizia Adiutori, ninfómana y eso como poco, donde haga falta, preferiblemente el Giallo; Sylva Koscina, puro azúcar ante un Hércules envarado y culturista; escotadas vampiras británicas, que conforme avanza cronológicamente la producción dejan atrás la sugeridad polisexualidad para ir decantándose por el lesbianismo; Annie Gorassini, una Venus encantada con encelar tanto a Marte como a Vulcano; Norma Bengell y Evi Marandi, excitantemente gélidas sufriendo terror en el espacio; Tina Aumont, la mejor Carmen de Merimée, también porque se desenvuelve en la Almería del Spaghetti Western; Barbara Steele gimiendo provocadora en, literalmente, carne y hueso; Dominique Boschero, superlativa rival de purpurina del intrépido Argoman; Kali Hansa, más procaz que las mujeres-leopardo que pretenden comérsela; Miss Muerte, o sea Estella Blain, ejecutando la venganza de la doctora que se ha posesionado de su voluntad, con el vestuario fetichista que desplegaba en sus actuaciones de night club; la majadera Barbarella que interpretó, o así, Jane Fonda, atontolinada ante un apolíneo e invidente ser con alas, inmejorable John Philip Law; Veronica Carlson, abrazada al ataúd que cobija al insaciable Drácula en un carromato; Maria Röhm y Maria Perschy hermanitas en un Hong-Kong donde acechan cinco dragones de oro; trastornada y sensible Rosemary Dexter, entre lobos en una lujosa villa marina; la achinada azteca Rosenda Monteros, sumándose a la expedición en pos de la Diosa de Fuego; la formidable dignidad de Karin Dor como una superlativa Brunilda; Mylène Demongeot, correctita pero descotada novia del eterno rival de Fantomas: Sylvia López, suerte de Antinea con tacones altos y pestañas postizas de cabaretera; Satanik, añorada Magda Konopka, dispuesta a lo que haga falta con tal de recuperar esa arrolladora belleza que, súbita e imprevistamente, por fin ha adquirido; Claudia Cardinale, claudicando sexualmente ante un insólito Henry Fonda rijoso, en el Oeste, cuando creía haber superado su pretérito de prostituta, en el Este; Margaret Lee susurrando al oficial nazi Klaus Kinski "haz de mí lo que quieras" para favorecer un saltimbanqui comando americano; Valerie Leon como la sacerdotisa egipcia Tara, de mesmérico cadáver incorrupto (si así no fue, así debía haber sido); la núbil Marion Michael, cegadora en un magnífico blanco y negro, Liane entre lianas gracias a la escritora Anne Day Helveg; las aterradoras "mujeres fatales", en la purísima acepción del concepto, a cargo de la jamaicana Martine Beswick; muchachitas que parecen modelos de fotonovelas a plena e infame disposición de esqueléticos caballeros templarios; Gianna Maria Canale, siempre majestuosa entre piratas o corsarios; la lustrosa esclavita Caroline Munro que le regalan, olímpicamente, a un Simbad, menos mal, caballeroso; Shirley Corrigan, encadenada y latigada a dos bandas, entre un improbable Mr. Hyde fondón y una probable Mirta Miller salaz; Irina Demick, francesa en un clan de sicilianos (y pasó lo que tenía que pasar); Sumuru, la Bond girl Shirley Eaton, liderando un imperio femenino que pretende borrar al género masculino del mundo; Tsai Chin secundando con viciosa complacencia las maldades y megalomanía de su justamente temido padre, no en vano lo encarna Christopher Lee; un par de descaradas gabachas, nada menos que Brigitte Bardot y Jeanne Moreau, calentando la Revolución Mexicana; un irresistible íncubo, Erika Blanc, culpable de que los imprevistos huéspedes de un castillo perezcan a causa de sus vicios respectivos; Pascale Petit, como una Cleopatra que deja a Elizabeth Taylor a la altura del betún; Carroll Baker, encarnando una Baba Yaga que ya quisiera Guido Crepax, ya; Daliah Lavi, que no puede librarse de su sádico amante ni muerto y enterrado; Britt Ekland, invitando al paganismo bailando desnuda contra una puerta al son de cantos célticos; Florinda Bolkan matando/amando en sueños (¿o no lo eran?); Raquel Welch en bikini de piel persuadiéndonos de que es una mujer prehistórica; los preciosos ojos sin rostro de Edith Scob, que no piden sino amor; la condesa Drácula inmortalizada por Ingrid Pitt, por supuesto; cualquier rol de de Rosalba Neri, que justifica el visionado del engendro que haga falta; la ambigüedad, e intimidatoria autoridad, de Janine Reynaud; Edwige Fenech, en un momento dado, Ewa Aulin, vaya que sí; Soledad Miranda con lencería negra y foulard rojo besándose en un espejo...





*